El amo, en su afán por hacer aún más feliz al perrito, un día le regalo un hueso que había sobrado del pollo.
El perro cogió el hueso, moviendo la cola, lleno de júbilo y entonces llegó el problema:
"si me lo como ahora se acabará, y no tendré otro" pensó el perro "pero si lo escondo, puede que alguien lo encuentre y se lo coma"
La duda le asaltó por primera vez en su vida ¿Qué podía hacer con ese hueso tan apetecible?
Su única solución sería enterrarlo y quedarse junto a él vigilando día y noche.
El pequeño perrito enterró muyyy profundamente el hueso, lo tapó y se quedo vigilando a su lado.
La primera noche todo sucedió con tranquilidad y al despertarse el hueso todavía estaba allí.
La segunda noche de vigilancia, mas la primera de invierno, el viento frío azotó la débil piel del perrito, que no pudo evitar resfriarse.
A la mañana del siguiente día el dueño reparó en su mal aspecto e intentó llevarlo al veterinario, pero al ir a cogerlo, ¡Zas! el perrito le mordió, el dueño preocupado y enfadado volvió a entrar a casa para llamar a la perrera.
La tercera noche, el frío fue aún más intenso y el pobre perrito, congelado, murió.
A la mañana siguiente, antes de que llegaran los encargados de la perrera, el amo fue a ver como estaba y allí yacía, inherte, sin aliento. Muerto.
El amo lloró y lloró, pero trtas un largo rato logró reaccionar.
Cogió una pala para enterrarlo en el jardín y cavó muyyy profundamente una tumba para su mascota, y allí la dejó.
No hay comentarios:
Publicar un comentario