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sábado, 22 de enero de 2011

Bone, doggy, bone!

Había una vez un pequeño y feliz perrito, alegre por tener la vida que tenía, junto a un amo que le quería, en una casa grande y con jardín....
El amo, en su afán por hacer aún más feliz al perrito, un día le regalo un hueso que había sobrado del pollo.
El perro cogió el hueso, moviendo la cola, lleno de júbilo y entonces llegó el problema:
"si me lo como ahora se acabará, y no tendré otro" pensó el perro "pero si lo escondo, puede que alguien lo encuentre y se lo coma"
La duda le asaltó por primera vez en su vida ¿Qué podía hacer con ese hueso tan apetecible?
Su única solución sería enterrarlo y quedarse junto a él vigilando día y noche.
El pequeño perrito enterró muyyy profundamente el hueso, lo tapó y se quedo vigilando a su lado.
La primera noche todo sucedió con tranquilidad y al despertarse el hueso todavía estaba allí.
La segunda noche de vigilancia, mas la primera de invierno, el viento frío azotó la débil piel del perrito, que no pudo evitar resfriarse.
A la mañana del siguiente día el dueño reparó en su mal aspecto e intentó llevarlo al veterinario, pero al ir a cogerlo, ¡Zas! el perrito le mordió, el dueño preocupado y enfadado volvió a entrar a casa para llamar a la perrera.
La tercera noche, el frío fue aún más intenso y el pobre perrito, congelado, murió.
A la mañana siguiente, antes de que llegaran los encargados de la perrera, el amo fue a ver como estaba y allí yacía, inherte, sin aliento. Muerto.
El amo lloró y lloró, pero trtas un largo rato logró reaccionar.
Cogió una pala para enterrarlo en el jardín y cavó muyyy profundamente una tumba para su mascota, y allí la dejó.
Ahora los huesos del pequeño perro descansan junto aquel que le hizo perder la vida.


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