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domingo, 13 de febrero de 2011

He tenido un sueño esta noche...

¡Oh! Veo por lo dicho que la reina Mab os ha visitado.
Es la comadrona entre las hadas; y no mayor en su forma que
el ágata que luce en el índice de un aderman, viene arrastrada por
un tiro de pequeños átomos a discurrir por las narices de los
dormidos mortales. Los rayos de la rueda de su carro son hechos de
largas patas de araña zancuda, el fuelle de alas de cigarra, el correaje
de la más fina telaraña, las colleras de húmedos rayos de un claro de
luna. Su látigo, formado de un hueso de grillo, tiene por mecha una
película. Le sirve de conductor un diminuto cínife, vestido de gris, de
menos bulto que la mitad de un pequeño, redondo arador, extraído con
una aguja del perezoso dedo de una joven. Su vehículo es un
cascaroncillo de avellana labrado por la carpinteadora ardilla, o el
viejo gorgojo, inmemorial carruajista de las hadas. En semejante tren,
galopa ella por las noches al través del cerebro de los amantes, que en el
acto se entregan a sueños de amor; sobre las rodillas de los cortesanos,
 que al instate sueñan con reverencias; sobre los dedos de los
abogados, que al punto sueñan con honorarios; sobre los labios de las
damas, que con besos suenan sin demora: estos labios, empero, irritan a
Mab con frecuencia, porque exhalan artificiales perfumes y los acribilla
de ampollas. A veces el hada se pasea por las narices de un palaciego,
 que al golpe olfatea en sueños un puesto elevado; a veces
viene, con el rabo de un cochino de diezmo, a cosquillear la nariz de un
dormido prebendado, que a soñar comienza con otra prebenda más; a
veces pasa en su coche por el cuello de un soldado, que se pone a soñar
con enemigos a quienes degüella, con brechas, con emboscadas, con
hojas toledanas, con tragos de cinco brazas de cabida: Bate
luego el tambor a sus oídos, despierta al sentirlo sobresaltado, y en su
espanto, después de una o dos invocaciones, se da a dormir otra vez.

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